Un hombre de ambición desmedida y con cierta deformidad física, siente desagrado por los placeres mundanos y el ambiente de paz que sus hermanos disfrutan, cobijados por la riqueza y el crimen.

 

Ante esto, se dedica a provocar intrigas y asesinatos para arrebatarle el imperio a su familia y asumir el poder absoluto.

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Transposición histórica sobre la obra de William Shakespeare, Ricardo III se contextualiza ahora en el México del siglo XXI. Un México lastimado por la guerra entre los carteles del narco. Ricardo es un hombre ambicioso, insatisfecho, bien podría representar al hombre moderno. Las atrocidades cometidas por su irrefrenable sed de poder, nos muestra los excesos a los que hemos llegado en nombre del éxito personal, del culto a la individualidad, de la riqueza como la mayor utopía.

 

Escénicamente la puesta en escena se ha instaurado en el lenguaje de la máscara que propicia una tonalidad de farsa. Farsa que nos pone frente a un espejo deformado, exaltado, para poder tomar la suficiente distancia, y poder así, tomar conciencia de nuestro acontecer, poder ser críticos y entonces brindarnos la posibilidad de vislumbrar un cambio.